martes, 20 de octubre de 2015

Dirección de Educación en Santiago de Cuba discrimina a rockeros y raperos de Contramaestre


La "señora de ébano" ponía en duda a “Raulito  el rapero”.

Por Arnoldo Fernández Verdecia.  

Vivir en provincias del Oriente, aquí en Cuba, tiene sesgos a veces increíbles; a uno le parece ciencia ficción imaginar, en plena “Revolución Digital”, mentes detenidas en el tiempo. Hoy el filme “Fresa y chocolate” resucitó con tanta fuerza, como aquella década tremenda, donde puso sobre la mesa una agenda de prejuicios y discriminación, hasta ese momento, invisibles en las instituciones del Estado.

Este 20 de octubre la Sociedad Cultural José Martí cumplió  veinte años de creada; con esa razón a cuestas emprendimos el camino hacia  una gala para celebrarlo. Lo aseguramos todo. El talento eran las personas de la Asociación Hermanos Saíz  y el cosechado en los barrios cercanos al preuniversitario Comandante Manuel Fajardo, institución educativa con un trabajo destacado desde 2010 a la actualidad, en la defensa y promoción del legado martiano. Sin embargo, lo increíble sucedió.
Para la compañera, el rock era algo muy excitante y podía desencadenar un efecto en cadena incontrolable en las masas juveniles.
Una visita de la “Dirección Provincial de Preuniversitario”, -de Santiago de Cuba por cierto-, mostró abiertamente rasgos de discriminación hacia raperos y rockeros que actuarían en la gala.  El debate con la responsable provincial retrasó el comienzo por más de media hora. Para la compañera, el rock era algo muy excitante y podía desencadenar un efecto en cadena incontrolable en las masas juveniles. Censuraba abiertamente la presentación de los rockeros y ponía en duda a “Raulito  el rapero”: “hay que evaluarlo, la pinta que tiene no me gusta”. Indignado salí del debate, respiré muchas veces, conté hasta diez, no podía creerlo. Inmediatamente localicé a dos funcionarios ideológicos del Partido  y la Unión de Jóvenes Comunistas; dieron el visto bueno sin ninguna limitación mental. Aquella mujer revivía viejos prejuicios  que, en lo personal, consideraba superados en la sociedad cubana.  El colmo de la “señora de ébano”, así la nombro en lo adelante, llegó con unas lloviznas inoportunas, pues llamó al director de la escuela y dijo, “dile que recojan y se vayan”;  todavía no habían actuado los rockeros.  Se valía de aquel ardid para asomar las fauces de la censura y dejar fuera definitivamente a los muchachos que con tanto amor cantarían a la cultura cubana y a José Martí. Lo consiguió, el director intimidado por la “señora de ébano”, casi nos puso fuera. Antes, escampamos en un laboratorio de computación; la “señora de ébano” pidió extremar las medidas de seguridad, no fuera a ser que raperos y rockeros robaran algo allí. Mi cabeza comenzó a doler intensamente; pensar el camino recorrido; la voluntad de todos para hacer algo digno de Martí; pero aquella “señora de ébano” mostraba las fauces de la discriminación y, en un abrir y cerrar de ojos, hacía trizas el espíritu de la Sociedad Cultural José Martí en Contramaestre.

Director del preuniversitario Comandante Manuel Fajardo recibe el premio honorífico "Corazón de Cuba".
El premio honorífico “Corazón de Cuba”, entregado al preuniversitario Comandante Manuel Fajardo, no era un punto importante en la visita; la “señora de ébano”, por su limitado alcance de miras, hacía llorar el alma del Apóstol que llamó a todos hermanos, sin discriminación ninguna.

“Fresa y chocolate” bullía en mi mente. Salí de aquella institución educativa con dos pensamientos de Martí a flor de piel: “El que degrada a los demás se degrada así mismo”. Otro, como una llamarada lucía en mis manos: “Cuanto no sea compatible con la dignidad humana, caerá”.

lunes, 12 de octubre de 2015

Mi nueva casa es José Martí en Remanganaguas

Por Arnoldo Fernández Verdecia.
 
Cada semana llega hasta el cementerio Remanganaguas, allí está su papá, dos hermanos y una sobrina; no ha resistido el espíritu de soledad dejado por el viejo al marcharse. Toma un camión en Contramaestre y por casi media hora va hacia él, conversan bajo una sombra de algarrobo y cree tener un destino, cuando sabe que su matrimonio es tan incierto como su vida misma. Regresa cerca del mediodía, atrás, polvo, pastizales secos y un río que no corre;  pero al menos existe un José Martí, tan real y vivo en el corazón de la gente que cada día de los padres, -igual hace ella-, van hasta su obelisco y ponen un ramo de flores para él en actitud solemne, donde reconocen la paternidad martiana en eso que se llama Cuba, mejor dicho: PATRIA. Ella sabe que descansara muy pronto junto a los suyos, por eso piensa en la Bandera de la estrella solitaria que ondea al compás de los clarines del viento; y en el concierto ofrecido por un sinsonte cada mañana a la ciudad dormida. Sabe que es cuestión de minutos, quizás horas, pero tendrá que ir hacia su Remanganaguas de la soledad, acostar el cuerpo allí e imaginar que su amor anónimo vendrá cada semana a traerle flores blancas y a conversar. Nubarrones negros anuncian la cercanía del momento luctuoso, pero tiene la esperanza de ver a Dios y pedirle más días para vivir el amor negado por un matrimonio de años, que la encastilló en rutinas y prejuicios.   El camión llega, entonces vuelve a lo real; la costura en su vientre recuerda que el fenómeno puede estar ahí, vivo, amenazante, sabe a ciencia cierta las dos  opciones.  Caminar hacia el poniente es la verdad, tiene la seguridad de que más allá de la vida, él irá a Remanganaguas cada semana a ponerle flores blancas, conversar y hacer el amor, como mismo lo hacían en la vida real.